Hoy ha caido en nuestras manos este apasionante libro de Andrés López-Covarrubias, que trata sobre la  Misión Sanitaria Española que se llevó a cabo durante la Guerra de Vietnam en los años 60. Historia muy poco conocida de la única ayuda que el general Franco, convencido de que EE.UU perdería la guerra, envió a Vietnam como apoyo a las tropas de EE.UU. Apenas un centenar de personal militar entre médicos y sanitarios que realizaron un excelente trabajo, atendiendo tanto a militares sudvietnamitas, civiles y del VietCong entre otros.

La desconocida presencia de militares españoles en la Guerra de Vietnam

A mediados de la década de los sesenta del siglo pasado tuvo lugar uno de los episodios más ignorados de nuestra historia contemporánea: el envío de una docena de sanitarios militares españoles a la guerra de Vietnam, ya por entonces convertida en un auténtico avispero. Fue a través de la oficialmente conocida como Misión Sanitaria Española de Ayuda a Vietnam de Sur, presente en aquel país asiático entre 1966 y 1971.

Good morning, Go Cong. Una historia de españoles en la guerra de Vietnam

Publicado por la prestigiosa Ediciones Rialp, es un ensayo histórico convertido por momentos en una novela de no ficción. El autor utiliza como nexo argumental la vida de Ramón Gutiérrez de Terán (sanitario y Caballero Legionario Paracaidista), el veterano español que más tiempo permaneció en Vietnam (una vida de película, por otra parte), componiendo a partir de su particular historia un auténtico fresco sobre aquel mediático y desgarrador conflicto, sobre la misión humanitaria española, sobre el auge de los movimientos antibelicistas y por los derechos civiles en Estados Unidos, sobre la Guerra Fría, el aislamiento del régimen de Franco y hasta la presencia colonial española en el Sáhara. Por sus páginas, además, aparecen continuas referencias al cine y a la música que marcaron toda una época, así como la vida de varias generaciones.

Equipo español en la entrada del hospital

Equipo español en la entrada del hospital

Estamos, en definitiva, ante la crónica de un tiempo no muy lejano pero tremendamente convulso; ante la historia de unos españoles presentes en uno de los escenarios más desquiciantes del siglo XX, unos hombres –casi cincuenta a lo largo de los cinco años que duró la misión– cuyo principal objetivo consistió en procurar algo de cordura y humanidad en medio de una atmósfera casi irreal. Vietnam es la historia de un conflicto que marcó el devenir de la sociedad contemporánea. Como marcó la forma de concebir el mundo, y hasta la propia guerra.
 Para el autor, las fortalezas de esta obra se encuentran, por un lado, en la propia historia narrada, en su contexto histórico, en la conciencia colectiva que aún persiste –facilitada sobre todo por el cine– de la guerra de Vietnam; en las alusiones a ese cine y a la música que marcó toda una época; y también por las referencias a algunos de los episodios más significativos y dramáticos de la Historia de España en el siglo XX. Por otro lado destaca el autor el tratamiento de la documentación y la bibliografía utilizadas, así como el estilo empleado: sencillo, directo, divulgativo, literario, alejado de cánones academicistas, y poniendo el foco de atención en la humanidad de sus protagonistas, ya fueran españoles, estadounidenses o vietnamitas.

El puente de Go Cong

El puente de Go Cong

Uno de los capítulos del libro indaga en la vocación paracaidista del entonces brigada Ramón Gutiérrez de Teran, el protagonista de esta historia, que junto al entonces capitán Manuel Vázquez Labourdette viajaron a Vietnam desde su destino en la Brigada Paracaidista en Alcalá de Henares. El capítulo comienza así:

“Más allá de su espíritu entusiasta e inquieto, Ramón no sabía explicar qué extraña razón le había llevado a saltar por primera vez en paracaídas. Hacerlo hoy apenas representa un mínimo riesgo, nada que no pueda superarse con técnica y un depurado entrenamiento (y cierta dosis de audacia, de acuerdo); pero hacerlo en la España de mediados de los cincuenta requería de los saltadores algo más que entusiasmo. Valor, sería la palabra. Y sangre fría. Antes, en los años veinte y treinta, el paracaídas no dejaba de ser un complemento para que pilotos y tripulantes de aeronaves, si se producía una avería o cualquier otra circunstancia inesperada en pleno vuelo ―algo mucho más habitual que en la actualidad―, tuvieran en sus manos la posibilidad de lanzarse al vacío y la suerte de vivir para contarlo. Por eso ya a finales de 1927 comenzaron a organizarse en el Aeródromo Militar de Cuatro Vientos, en Madrid, cursos dirigidos a formar a los pilotos en el empleo de este providencial mecanismo de salvamento.

Los equipos eran los que eran, y los saltos, controladas las variables que intervenían en su ejecución, se producían normalmente durante los cursos de adiestramiento, pero también cuando las cosas se torcían en los vuelos de prueba de algunos aparatos. Al fin y al cabo de eso se trataba y alguien los tenía que probar. El 7 de marzo de 1930 un hombre aventurero y osado, uno de esos intrépidos pioneros cuyos nombres sobreviven a su mortal existencia, el capitán José Antonio Méndez Parada, piloto e instructor, se disponía a realizar un vuelo de prueba acompañado del soldado Fortunato de la Fuente Rodríguez. En esta ocasión pilotaría un biplano De Havilland 9-93 de dos asientos fabricado por la compañía británica De Havilland Aircraft Company que había llegado desde Logroño para su revisión y posterior incorporación a su nueva unidad en Los Alcázares. Durante el vuelo ―como si de interpretar un guion previamente establecido se tratara― se produjo un inoportuno incendio en el motor de la aeronave, por lo que el piloto, en previsión de males mayores, ordenó a Fortunato que se arrojara en paracaídas. La impericia, mala suerte o falta de oficio del soldado hizo que su equipo se enganchara en el tren de aterrizaje, obligando al capitán Méndez Parada a realizar una serie de maniobras en el aire ―segundos preciosos― con el fin de liberarlo. Lo consiguió y el paracaidista descendió lentamente hasta posarse en tierra firme, pero la proeza se cobró la terrible cuota que a veces acompaña a este tipo de gestas: el avión entró en barrena y acabó precipitándose contra el suelo. El joven Fortunato, haciendo honor a su nombre como quizás nunca hubiera imaginado, tuvo la misma fortuna que esquivó al heroico capitán, quien perdió la vida por salvar la de su bisoño acompañante.

Tendrían que pasar más de dos décadas para que en España se constituyera la I Bandera Paracaidista del Ejército de Tierra ―sería un 17 de octubre de 1953―, bautizada como Roger de Flor en honor al caudillo de los almogávares del siglo XIII ―caballero templario antes de convertirse en mercenario― que combatió para la corona de Aragón. Unas semanas más tarde daría comienzo en la localidad murciana de Alcantarilla el primero de los cursos dirigido a los flamantes voluntarios. Allí, en Alcantarilla, se había constituido el 15 de agosto de 1947 la Escuela de Paracaidistas del Ejército del Aire, que a partir de 1959 pasó a denominarse Escuela Militar de Paracaidismo “Méndez Parada” en memoria de aquel bravo capitán cuya vida quedó sesgada en Cuatro Vientos.

Ramón Gutiérrez de Teran paracaidista

Brigada Ramón Gutiérrez de Teran

Cuando el 20 de septiembre de 1962 Ramón Gutiérrez de Terán se incorpora al 45 curso de Formación de Paracaidistas en la base militar de Alcantarilla, parece estar cerrando uno más de los muchos círculos que trazó a lo largo de su vida. Por supuesto no estaba seguro de que ese fuera su lugar, pero tampoco pretendía hacer de aquello su razón de ser en el ejército. Ni en la vida. Fracasar en este intento, algo que se le antojaba inconcebible, no significaba otra cosa que continuar con una carrera militar casi recién estrenada. Con veintiocho años y el grado de suboficial sanitario adornándole el pecho, había viajado hasta Murcia desde su lejano destino en la Agrupación de Tropas Nómadas destacadas en El Aaiún, capital del Sáhara Occidental, un territorio duro y hostil bajo soberanía española desde hacía más de un siglo que no atravesaba, precisamente, su mejor momento. De hecho aún seguía muy reciente en la memoria de los soldados españoles destinados en el Sáhara, entre el polvo y la arena del desierto, los dramáticos y sangrientos sucesos acontecidos un lustro atrás: aquellos desesperados combates contra las rudas tropas nativas en la ciudad de Ifni, o en los puestos interiores de Tragraga y Tenin; o la extrema fiereza con la que se combatió en Edchera, donde cuarenta y dos legionarios españoles perdieron la vida y otros cincuenta y siete resultaron heridos. Precisamente allí tendrían su bautismo de fuego los primeros cazadores paracaidistas instruidos en 1954 en la Escuela de Alcantarilla”.

Militares españoles en la guerra de Vietnam

Ediciones Rialp: Good Morning Go Cong, una historia de militares españoles en la guerra de Vietnam

 

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El Autor:

Andrés López-Covarrubias (Toledo, 1966) es licenciado en Psicología y Técnico Superior en Administración y Finanzas. Profesor de secundaria desde hace más de 30 años, actualmente ejerce como profesor civil en la Academia de Infantería de Toledo. Desde hace más de una década compagina su actividad docente con la escritura y la investigación histórica, siendo nombrado en 2012 académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo.Es autor de casi una decena de libros de historia local toledana. Sus trabajos, en los que prima la divulgación histórica por encima de postulados academicistas, siempre han sido acogidos con excelentes críticas por parte de los lectores.
Este es su primer ensayo histórico que trasciende los límites de la ciudad de Toledo y en sus páginas conjuga su conocida capacidad de divulgación y su estilo narrativo con el rigor, los testimonios de primera mano y una extensa y excelente bibliografía.