Los tiradores de élite velan por la seguridad de sus compañeros en zona de operaciones a casi un kilómetro de distancia. Son invisibles; los fantasmas de la batalla. Un trabajo para el que no todo el mundo vale y en el que no caben errores.

Avanzamos en un viejo 4×4 Santana Aníbal por las instalaciones de la Brigada Almogávares VI de Paracaidistas (Bripac) en Paracuellos del Jarama, Madrid. De repente, frenamos en seco. En alguna parte de un edificio situado a 150 metros de nosotros un tirador de élite nos apunta con su fusil Accuracy. No lo vemos. Ni en la azotea ni en las ventanas se aprecia presencia humana ni deslumbramientos por el sol que desvelen su posición. En apenas unos segundos y con un bala de ese calibre –7,62 mm– nos destrozaría. Preparados para realizar disparos hasta a 900 metros de distancia con este tipo de fusil y en condiciones extremas, este sería, sin duda, un disparo fácil.

 

Tirador de la Bripac apuntando al objetivo con un fusil Accuracy.

Su principal misión es la de dar protección a sus compañeros en situación de combate y acabar con objetivos selectos. Lo hacen sin que nadie les vea y en silencio. Son los maestros del camuflaje. Los tiradores de precisión del Ejército de Tierra siempre actúan, como mínimo, en binomio –tirador y observador– o en trinomio –un tercer hombre que da protección al equipo–. El observador suele ser el militar con mayor experiencia, ya que se encarga de medir la temperatura, la humedad, la velocidad y dirección del viento y la distancia hasta el objetivo.

Es muy importante que estén compenetrados. Aquí no caben malas relaciones de pareja ni discusiones. Son muchas horas juntos. “Una vez que se crea el equipo, lo habitual es que no se separe”, me asegura el jefe de tiradores de la II Bandera de la Bripac, que cuenta en su haber con misiones en Bosnia, Irak y Afganistán.

Fusil Accuracy montado sobre trípode. Al fondo, un vehículo Aníbal.

Se calcula que, entre los tres Ejércitos -Tierra, Aire y Armada- hay más de 300 tiradores selectos en España. Todos cuentan con una formación muy dura, pero quizás los más sorprendentes son los que forman parte de la Bripac, capaces de saltar en paracaídas a 10.000 metros de altura con una mascarilla de oxígeno y el equipo a las espaldas, incluido su fusil. Al tirarse desde esa altura pueden infiltrarse tras las lineas enemigas sin ser detectados por el radar.

¿Qué necesita un militar para llegar formar parte del selecto grupo de tiradores de Precisión? “Primero tiene que ser un buen soldado, no un buen tirador”, me asegura el cabo Darés, que lleva ocho años de servicio en la Bripac, cinco de ellos como tirador. “A un soldado se le puede enseñar a disparar, pero no a cualquier buen tirador se le puede enseñar a ser un buen soldado”. El espíritu de camaradería, de familia, que se vive dentro de la Bripac sale a resurgir.

Tirador y observador de la BRIPAC ataviados con el traje de camuflaje

Le pregunto si ya ha participado en misiones internacionales. “No he tenido el honor”, me responde, “pero estoy preparado”. Pura vocación la de este cabo que siempre quiso ser militar, así me lo recuerda, y formar parte de una de las unidades de élite del Ejército de Tierra, la Bripac.

Ser tirador de élite de las Fuerzas Armadas no es fácil. Hace falta sacrificio, una buena preparación física, paciencia, autocontrol y una gran fuerza mental. Los aspirantes se presentan voluntarios, pero no todos pasan las pruebas de selección ni las estrictas pruebas psicológicas. “Solo se coge a los mejores o a los que se les ha visto una predisposición especial”, me dice, tumbado en la tierra, el caballero legionario paracaidista De la Torre.

Suelen ir ataviados con el traje de camuflaje ghillie, una tela de arpillera que ellos mismos mejoran y adecuan con material del terreno en el que se encuentran. A veces, en entornos urbanos, le incorporan cajas de pizza, bolsas de basura o envases para pasar desapercibidos.

El caballero legionario paracaidista De la Torre, tirador de élite, y su observador, en la Base Príncipe.

En los entrenamientos se les somete a ejercicios muy exigentes. Largas caminatas con más de 30 kilos de peso a la espalda –en función de la misión–, prácticas de tiro en entornos hostiles –con lluvia, nieve, calor extremo– o incluso con perros adiestrados que les ladran a apenas unos centímetros de la cara. Todo para asegurar que en una misión no van a fallar ni sucumbir al estrés.

Mientras me explican detalladamente el material que emplean los tiradores de precisión de la Bripac –una hora larga– un equipo de tirador y observador espera pacientemente camuflado en un agujero que ellos mismos han cavado a apenas 20 metros de distancia. Las hormigas están especialmente molestas hoy, me cuentan después, pero da igual, esa es la menor de sus preocupaciones.

No hay comodidades –tampoco las necesitan ni las reclaman–. No se les ve, no se les oye y apuntan al objetivo con un fusil Barret M95, un arma de 11 kg de peso, un considerable calibre (12,7 mm) y un alcance letal de 1.800 metros cuyos proyectiles son capaces incluso de perforar blindaje ligero. –El récord de disparo en combate actualmente lo ostenta el británico Craig Harrison, que mató a un enemigo afgano a 2.475 metros de distancia–.

Esta vez han sido solo dos horas y en un entorno fácil, pero los tiradores de precisión pueden estar varios días apostados en su posición. Observando. Esperando órdenes. Se turnan para dormir, comen dentro de su escondite y hacen sus necesidades en unas bolsas que sacan al exterior por la noche, cuando corren menos peligro de ser vistos.

Tirador y observador de la Bripac camuflados en un agujero cavado por ellos mismos. | Foto: Rodrigo Isasi

Si hay algo que un tirador de élite nunca abandona, aparte de su compañero, es su fusil. El militar y el fusil conforman un sistema de armas. Los personalizan para que se adapten a su cuerpo y sean lo más cómodos y precisos posibles y se encargan de camuflarlos en función del terreno en el que vayan a operar. Además de los fusiles de precisión, los tiradores cuentan con visores nocturnos, cámaras térmicas, binoculares, sistemas de comunicación y la logística necesaria para pasar varios días aislados, además de una pistola KH, porque nunca se sabe lo cerca que puede llegar a estar el enemigo.

Famosos por películas como Enemigo a las puertas, que retrata la vida de Vasili Zaitsev, un militar del Ejército Soviético que abatió a más de 300 nazis, o la americana Sniper, que cuenta la historia de Chris Kyle y su servicio en Irak, la realidad dista mucho de la ficción.

Fuente: The Objetive

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